Partiendo de la concepción de que la identidad se constituye a partir de un entramado de identificaciones, pulsiones, conflictos y defensas en el que la historia del sujeto y su proyección hacia el futuro intervienen también dando cuenta de su singularidad, podemos presumir que la adicción se presenta como un síntoma, un rasgo que hace que el adicto a partir de las dificultades en su constitución como sujeto se haga masa en esa identidad que lo sostiene. Se hace masa, cumpliendo el mandato decisivo que implica la adicción. Tiene necesidad imperiosa de la droga que se constituye para él en una compulsión, en una imposición inapelable.
El entorno le brinda una identidad, la identidad de adicto, y él se hace cargo de esa identidad asumiéndose como tal. La droga ha adquirido en la sociedad connotaciones diferentes a través del tiempo.
En algunos casos asociada a experiencias de tipo religioso, limitada a unos pocos elegidos, no solamente era aceptada sino que hasta implicaba superioridad y simbolizaba elevación personal y social. Más allá de los cambios que sufriera a lo largo de los siglos, podemos decir que, hasta la llegada del movimiento hippie, no había sido reductible a un comportamiento transgresor de oposición a la ley. Los integrantes de este grupo peculiar apuntaban a la demanda de un cambio social. Entonces la droga se constituyó en un elemento más del accionar rebelde ante el orden establecido. Vehiculizaba la búsqueda de libertad. El discurso opositor se acompañaba de un intento concreto de cambio social que apuntaba, por lo menos teóricamente, a la libertad, el amor, la comunidad y la paz. En la actualidad, la droga es puesta en el lugar de la identificación. Se pasó entonces del rechazo total del entorno social y la búsqueda de un cambio fundante de una sociedad diferente, a la asunción de una identidad adicta en la que se obtiene un goce que no falla. Identidad que da cuenta de la pertenencia a un circuito social. Este aspecto de relación con el mundo externo oscila entre la inclusión que implica la posesión de bienes de consumo y la paradójica inclusión-exclusión que se asocia con el aparato judicial y el abordaje terapéutico. A partir de nuestra experiencia clínica, podemos referir dos grupos de adictos con particularidades diferentes: aquellos en los que la droga no es sino un síntoma más en una personalidad estructurada desde la represión y aquellos en los que la adicción es sólo una modalidad diferente de transgresión a lo consensual. En ambos advertimos problemas en la estructuración de la personalidad. En el primero, la droga se constituye en lo prohibido y deseado, en la fuente del deseo. El Yo es débil, con defensas lábiles que no le permiten un interjuego adecuado con la realidad. La fragilidad del yo y la pobreza psíquica se hacen evidentes a partir de los limitados recursos adaptativos y el escaso bagaje defensivo que no resulta suficiente a la hora de hacer frente a situaciones conflictivas generadoras de frustraciones, angustia y temor. En el segundo, es un desafío a la ley, un goce pleno, una alianza con el mal que conduce a la muerte. La desmentida, defensa estructurante, marca la transgresión como imperativo ineludible.
Saludos.
Carolina Pérez.
3 comentarios:
me gusta tu tema
al parecer los has desarrolado bien
suerte
que esta el momento creo que esta bueno
camila figueroa
exelente,genial,extraordinario.
chao
a estas alturas del año no se save ke decir....
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